jueves, noviembre 13Todas las Voces Todas!
Sombra

Talleres Que Abren Horizontes

Una reflexión sobre el papel que ocupan instancias de formación comunitaria como la Escuela de Talentos Andacollinos en tiempos de sobreconexión y su rol en el desarrollo de una imagen de futuro en niños y jóvenes.

Vivimos en una época en que la tecnología se ha vuelto una extensión de nuestra vida cotidiana. Las pantallas nos conectan con el mundo, nos entregan información ilimitada y nos abren oportunidades que parecen infinitas. Para los jóvenes es natural pensar que el futuro se encuentra en ese espacio digital: en las redes, en las plataformas, en lo que se comparte más allá de lo inmediato. Sin embargo, esa misma facilidad con la que la tecnología abre horizontes puede transformarse en un riesgo cuando sustituye a las experiencias reales, cuando relega lo vivido en comunidad a un segundo plano.

En un lugar como Andacollo, donde el horizonte de posibilidades muchas veces parece bloqueado por los cerros que rodean la ciudad, la tecnología se vuelve una ventana atractiva, casi el único camino para vislumbrar lo que hay más allá. Desde pequeños, muchos jóvenes experimentan la tensión de crecer en un entorno donde el futuro suele verse lejos del lugar donde nacieron (o no verse en absoluto). Así, lo digital aparece como un puente directo hacia ese “otro mundo”. 

Pero confiar solo en esa ventana virtual tiene costos: fomenta la desconexión con lo tangible, debilita la experiencia con lo profundo y reduce el aprendizaje a un ejercicio solitario.

Es precisamente aquí donde proyectos como la Escuela de Talentos Andacollinos adquieren un rol decisivo, y su propuesta se levanta como imprescindible: ofrecer a los jóvenes una ventana al mundo que no se abre desde una pantalla, sino desde la experiencia compartida. Una ventana real, por la que no se mira solo, sino acompañado de la comunidad.

El talento, después de todo, no florece únicamente desde la información. Se nutre del cuerpo en movimiento, de la memoria compartida, de la emoción de crear con otros. La Escuela de Talentos, en este sentido, no se limita a enseñar disciplinas artísticas: propone un modo distinto de habitar el territorio. A través de sus talleres los jóvenes no solo desarrollan habilidades técnicas, sino que participan en experiencias que refuerzan lazos, fortalecen la autoestima y los conectan con su comunidad.

Un ensayo de teatro no es simplemente un entrenamiento en expresión corporal; es un ejercicio de escucha, de confianza y de coordinación. Una clase de música no se reduce al aprendizaje de notas y acordes; es también un diálogo con tradiciones que han acompañado a Andacollo por generaciones, con canciones que resuenan en fiestas religiosas y en celebraciones comunitarias. Incluso una exposición fotógrafica se convierte en una forma de narrar la identidad local a través de imágenes y símbolos que nacen del propio territorio.

La importancia de estas experiencias radica en que ofrecen lo que la tecnología, por más avanzada que sea, no puede otorgar: vivencias encarnadas, colectivas, donde se pone en juego la emoción y la memoria. En un mundo de estímulos digitales inmediatos, los procesos creativos que promueve la Escuela enseñan paciencia, esfuerzo, trabajo en equipo y la satisfacción de construir algo con sentido.

Esto es particularmente relevante en un territorio como Andacollo. El aislamiento geográfico, reforzado por la fuerte vocación minera de la zona, genera en muchos jóvenes una percepción de limitación: la idea de que las oportunidades verdaderas siempre estarán más allá de los cerros (o dentro de ellos). Esa sensación puede conducir tanto a la migración como al desapego con lo local. Sin embargo, cuando los estudiantes participan en la Escuela de Talentos, descubren que su territorio también puede ser fuente de inspiración, que su historia y su cultura son parte de una riqueza que vale la pena cultivar.

Desde una perspectiva psicológica, esta vivencia es crucial: los jóvenes necesitan espacios donde se reconozca su valor y donde sus logros tengan un eco real en la comunidad. En un mundo dominado por la comparación constante de las redes sociales, la posibilidad de compartir un logro en un escenario, en una exposición o en la radio local, se convierte en una experiencia formadora de identidad y resiliencia. Sociológicamente, la Escuela cumple un papel de cohesión: en sus talleres confluyen distintas edades, familias y trayectorias, lo que refuerza la vida comunitaria en un lugar donde muchas veces las oportunidades parecen lejanas.

Por supuesto, la Escuela de Talentos Andacollinos no busca reemplazar la tecnología, sino recordarnos que los jóvenes también necesitan otra forma de abrirse al mundo: una ventana hecha de experiencias reales, de aprendizajes colectivos, de encuentros que dejan huella. Mientras la pantalla ofrece un acceso individual y virtual, la Escuela abre un horizonte compartido y palpable, donde cada estudiante se reconoce como parte de un grupo y de una historia.

En este sentido, el proyecto educativo y cultural que impulsa la Escuela es también una forma de resistencia: frente a un mundo que tiende a uniformar y diluir identidades, aquí se apuesta por cultivar un talento con raíces locales, capaz de dialogar con lo global sin perder la conexión con lo propio. Es una manera de decir que los jóvenes de Andacollo no están condenados a que su creatividad se fugue hacia afuera; también pueden nutrir a su comunidad, enriquecer su entorno y transformar su realidad desde adentro.

Así, hablar de talento y territorio en Andacollo es hablar de un equilibrio necesario. La montaña, la minería, la historia comunitaria y la tecnología forman parte de un mismo tejido. El desafío está en no dejar que uno borre al otro. La Escuela de Talentos, con su propuesta de formación artística y cultural, muestra un camino posible: el de un talento que se reconoce en sus raíces y que, justamente por eso, encuentra alas para proyectarse hacia el futuro.

Al final, la pregunta no es si los jóvenes de Andacollo se quedarán o se irán, sino qué tipo de personas serán, qué experiencias marcarán su manera de habitar el mundo. Y allí, cada taller, cada ensayo, cada programa de radio contribuye a dar una respuesta: la de un talento que no olvida de dónde viene, que se nutre del territorio para mirar hacia adelante, y que entiende que la verdadera riqueza está en vivir lo compartido antes de llevarlo más allá.